Los valores y la filosofía nunca han llenado vitrinas
01/05/2016Cuenta la leyenda que el Cid, probablemente el gran héroe de la historia española, ganó batallas incluso muerto. La típica anécdota que se narra en el instituto a los desdichados estudiantes para que presten atención cuando toca hablar de los clásicos. Una táctica efectista que a más de uno nos engatusó con el Cantar de mio Cid y nos acabó llevando hasta el Siglo de Oro.
En Milán se produjo una escena parecida. Gareth Bale, literalmente cojo, causó estragos entre la hinchada merengue cuando se decidió a lanzar el tercer penalti de la tanda. No es una exageración ni una metáfora para engrandecer su gesta, el galés caminaba con dificultad incluso hacia el punto de penalti. «¿A dónde va éste?», fue una de las frases más repetidas por un bando y otro. Tieso, pidiendo a gritos un espacio en la épica madridista, el ’11’ allanó el camino de la Undécima y transformó la pena máxima. Sonrió levemente y volvió al círculo central con dificultad, arqueando las piernas con torpeza, prácticamente muerto.
Esa es la escena que mejor define lo que sucedió en la final de la Champions League. Esos 60 segundos que tardó Bale resumen el título y, por qué no, la idiosincrasia del Real Madrid. Desde que Sergio Ramos alzó la Undécima no sé cuántos textos de aficionados colchoneros habré leído ya. De Twitter a Facebook, pasando por los principales medios deportivos, generalistas y blogs de todo tipo. Todos apelan a la «unión», a «creer», a la «pasión», al «sentimiento»… Palabras bonitas, cuyo significado nunca resulta negativo, peroque no llenan vitrinas.
No sé quién escribía hace unos días (entiéndanme, la oleada de escritos colchoneros es casi tan amplia como las Copas de Europa merengues) que el amor por el Real Madrid es débil, frágil, dependiente de títulos. Se jactaba este periodista de que el aficionado quiere al Atlético por lo que es, y a los blancos por lo que ganan. Se le olvida, no obstante, que esto es fútbol. Aquí compiten equipos de 11 jugadores con un único objetivo. Los clubes buscan ganar títulos, no son sucursales, bancos de sabiduría ni centros filosóficos. Ganar, por encima de todo.
Al Real Madrid se le echa en cara que gane. Es algo así como los que critican las aptitudes de Leonardo DiCaprio porque es demasiado guapo. Es curioso. El Barcelona de Guardiola se hartó de ganar todo lo ganable, incluso de formas que nadie había experimentado (el ‘sextete’, del que ahora reniega Sport), y justo cuando empezaron a presumir de valores, llegó Mourinho e hizo 100 puntos. Con Simeone ha pasado algo parecido. Del «ganar, ganar, ganar y volver a ganar» de sus primeros años se ha pasado al «sentimiento» y a la «creencia». A «soñar». No ha sido culpa suya, como no lo fue de Guardiola, pero sí del entorno. El resultado: otra final perdida. Y de manera aún más cruel.
No voy a perder el tiempo enumerando las múltiples ocasiones en las que el Real Madrid ha vencido estando muerto (o dado por muerto), pues también se ha hecho hasta la extenuación en los últimos días y no procede. De hecho, sería cruel rescatar qué se decía en enero de este equipo o de Zinedine Zidane. Pero sí me parece oportuno recordar que si gana tanto es porque, simplemente, se basa en eso. Sin más. Es su sino. Ganar, como sea, donde sea, cuando sea, contra quien sea y con las circunstancias que sean. Con 11, 10, 9, con dos cojos, un lesionado o sin portero.
De hecho, no hay más que ver las camisetas de celebración tras la Undécima. Un 11 gigante y un ‘CHAMPIONS’ avasallador en el pecho. No hay tiempo para filosofía barata de contenedor o proclamas de otro tipo. Lo importante en Concha Espina es volver con un título bajo el brazo, no las cartas post-partido escritas desde el fracaso. Porque, por muchas vueltas que se den en busca de un significado favorable, el deporte consiste en competir para ganar. Y si no, que pregunten en Canaletas en 2015 o en Neptuno en 2014.
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