
Estamos de vuelta. La relación de mi padre con el Burgos C.F.
24/09/2021El mejor equipo del mundo es el equipo de tu adolescencia. Así le ocurrió a mi padre, Mariano Fernández, quien tiene como mito fundacional futbolístico al Burgos C.F. cuando se estrenó en la Primera división en el año 71. Se cumplen 50 años de aquel ascenso. Aniversario que está siendo celebrado por todo lo alto con la vuelta del Burgos a la División de plata tras más de 20 años.
Podríamos calificar de travesía por el desierto a estas décadas del Burgos en el fútbol español. Desde su descenso a Segunda B en el ’82 que motivó la quiebra y desaparición del club; para que luego tomará el nombre de la ciudad otro equipo, el Real Burgos – fundada en el ´83 a partir del Burgos promesas – que viste de rojo y a día de hoy convive con el equipo blanquinegro; y finalmente, una refundación de la entidad a partir de 1985. La última noticia que me llega es la confirmación de que finalmente podrá jugar en Segunda ante la amenaza de impagos que acechaba a la entidad.
Durante el verano, en aquellos días de fútbol marcados por la celebración de la Eurocopa – las dudas del equipo español, las buenas sensaciones de Italia o los partidazos de expectativas cumplidas del grupo de la muerte -, aproveché para charlar junto a mi padre para recordar aquella plantilla de la década de los 70. Repasamos figuras como las de José Luis Manzanedo, guardameta del equipo que alcanzó el ascenso en el 76 y que al año siguiente se marcharía junto a los defensas Palmer y Cabral al Valencia donde ganarían la Copa del Rey del ´79.

También hablamos sobre Tito Valdés, a quien podemos describir como el fiel capitán del Burgos, incluso en sus momentos más convulsos llegando a jugar para el entonces recién bautizado Real Burgos. “Posiblemente, era el segundo jugador más carismático de la plantilla” dice mi padre dando el primer puesto en personalidad a la figura de Juan Gómez “Juanito” – en mi casa mejor conocido por mi padre como “don Juan”. “Jugador alegre y con coraje” son palabras para describir a un “Juanito”, que sin ningún tipo de duda, es el mayor ídolo futbolístico de mi padre – solo comparable con la figura de Raúl González Blanco.
El arquitecto de aquel equipo fue Marcel Domingo, mítico portero del Atlético de Madrid que los llevó como entrenador al campeonato de Liga del 70. “Domingo era un apasionado del gol. Si metíamos el primero, rápidamente había que salir por el segundo” recuerda mi padre. Contraponiendo la figura de Domingo, encontramos Arsenio Iglesias, entrenador de aquel Súper Dépor de principios de los ´90 y que entrenó al Burgos en la temporada 1978 – 79. ´«Si Domingo era un fútbol espectacular, Arsenio era puro catenazzio y amarretegui en el resultado” compara mi padre estableciendo esa clásica dialéctica del fútbol de si aguantar el resultado o ir a por más.
Burgos es una ciudad orgullosa que imprime ese mismo orgullo castellano a sus habitantes. Así es mi padre, como buen burgalés bromea con que la civilización nació en Atapuerca (Burgos); dice que él no come cordero sino lechazo o que decir morcilla de Burgos es una reiteración en sí misma. Este mismo orgullo, esta pertenencia por la tierra, es el que se escucha desde las gradas de El Plantío cantando el Himno a Burgos: “Aprendamos todos juntos a cantar a nuestra tierra, a leer en su pasado y a labrar su porvenir”; o coreando un: “¡Pierde Pucela!” cuando reciben a los vecinos de Valladolid, una rivalidad política que se traduce en fútbol y podremos volver a e ver esta temporada. A fin de cuentas, hablamos de una ciudad pequeña volcada en su equipo.

Los recuerdos de aquel Burgos se van intercalando con las anécdotas de mi padre: “Junto a mis compañeros hacíamos el pospartido en el patio del colegio de Maristas” donde comentaban la gran victoria o robo que había vivido el pasado domingo. “Al final de curso en COU hacíamos un partido de alumnos contra profesores. En nuestro equipo teníamos a Edu – quien llegó a jugar en Primera con el Real Burgos– pero no lo dejaron jugar por temor a lesión así que lo pusieron de árbitro”.
Aquellos veranos de la adolescencia, durante las pretemporadas donde acudían al Plantío para ver al equipo entrenar: “Solían jugar contra el Promesas, ¡imagínate! El entrenador les mandaba sacar tres o cuatro veces la misma falta o saque de esquina”. O la tienda de fotografías de “Fede”, retratista oficial tanto del equipo como de toda la ciudad de Burgos: “Tenía expuestas todas las fotos del Burgos C.F. Podíamos comprar las fotos de los jugadores, yo compré la de Ferrero, que era el cerebro del equipo, y en uno de los entrenamientos a los que asistimos me la firmó”.
De los momentos más delirantes, mi favorito es el siguiente: “Recuerdo un partido donde hicieron un minuto de silencio por el fallecimiento del padre de unos de los jugadores, ¡pues el capellán del mismo Burgos C.F. mandó rezar un Padre nuestro allí mismo en El Plantío”. Tal como ocurre con mi padre, las anécdotas de todos los burgaleses se entretejen con la historia oficial del Burgos C.F. Al fin y al cabo, el fútbol tiene mucho de narración popular, es ante todo las historias de las grandes victorias y derrotas que nos contamos de padres a hijos.
“Con mucho cariño” describe la sensación tras recibir la noticia de que el Burgos volvía a Segunda. “He seguido al equipo durante varias temporadas. Parecía que empezaba bien y al final acababan luchando por no descender”. Me imagino cómo escrudiñaba con la mirada los empequeñecidos resultados del Burgos sobre las páginas del AS o el Marca. “Ha sido una alegría volver a ver el escudo del Burgos a buen tamaño y color en la tabla de clasificación para Segunda”.

En estas últimas semanas, de todos los equipos que seguimos con interés en mi casa, posiblemente, el Burgos C.F. ha sido el ojito derecho de mi padre. La tarde del 5 de septiembre mi padre subió las escaleras de casa hacia mi cuarto diciéndome todo emocionado: “Diego, ¡qué les hemos ganado!”. Aquel finde no jugaban los “grandes” ante el parón de selecciones, sin embargo, la victoria a la que se refería mi padre era un sentido 3 – 0 contra el Valladolid, el equipo burgalés hacía su primera victoria de la temporada en casa, El Plantío, contra el mayor de sus enemigos. Hace escasos días, cuando escribo esto, llegué a casa después de un largo día en Madrid, mis padres me esperaban después de haber pasado una semana de vacaciones. Al entrar a mi habitación, me topo con una bufanda del Burgos bien estirada sobre mi cama; “Estamos de vuelta”, podía leerse sobre el estampado de la bufanda. Quienes me conocen saben que me gusta coleccionar camisetas y bufandas de diferentes equipos de fútbol, por ello, esa bufanda, a parte de su valor simbólico, me resulta que tiene un aspecto de tesoro underground del fútbol más modesto.
Cerramos aquella conversación veraniega rememorando todos esos equipos clásicos del fútbol español que han ayudado a forjar su historia: el Racing de Santander, la Cultural Leonesa, el Real Oviedo, el Deportivo de la Coruña o la U.D. Salamanca. Equipos, que al igual que el Burgos, pasan tiempos complicados por un fútbol que parece no tener hueco para ellos. Por eso, tiene un aire romántico cuando el Burgos asciende apareciendo de nuevo en escena. Al igual que tiene mucho de dolor colectivo ver a esos mismos equipos de toda la vida bajar de divisiones. El ascenso del Burgos C.F. es una victoria silenciosa de unos románticos del balón, silenciosa porque en este futbol contemporáneo hace de nosotros, los aficionados de las hazañas bonitas, unos exiliados románticos.